viernes, 29 de mayo de 2009

Quererte a ti...

Es 3 de abril del 2009. Son las 7 de la mañana. El día se avizora tibio y con proyección a salir el sol. Estoy en una unidad de transporte público dirigiéndome a mi trabajo en la Sede del Gobierno Regional del Callao. Esta hora es crucial porque todos quieren llegar a tiempo a sus centros laborales.

Es precisamente en medio de este barullo y de la desesperación de la gente (hombres y mujeres por subir como sea para alcanzar un sitio), que escucho la canción “quererte a ti” interpretada por la cantante Ángela Carrasco, una canción muy conocida por todos y que habla del amor triste, sufriente y apasionado por alguien. Ese tipo de amor que inspira tocar el cielo con las manos, el perder el miedo al dolor y otras cosas más.

Un sentimiento surge en mi corazón.
Ese es el tipo de amor apasionado que siente Dios por mí!!! Wowww. Qué ilusión!!!
Cuaderno de notas, lapicero en la mano y teniendo como fondo la melodía de esta canción, reescribí lo que seria una nueva letra para mi Dios.

Allí les van los esbozos que brotaron de mi corazón esa mañana:

Quererte a ti es ver la luz en medio de la oscuridad
Quererte a ti es encontrar la paz en medio de la guerra
Quererte a ti es ver lo que otros no ven
Quererte a ti es tocar el aire que me toca
Quererte a ti es tocar el cielo con mis manos
Quererte a ti es vivir en plenitud
Quererte a ti es recibir la sanidad
Quererte a ti es confiar aunque todo grite lo contrario
Quererte a ti es amar sin temor
Quererte a ti es renacer de la muerte
Quererte a ti es creer en el hombre
Quererte a ti es llorar, pero de alegría
Quererte a ti es sentirme corta al darme cuenta que no existen más palabras para decirte “gracias”
Quererte a ti es amarte con todo mi corazón
Quererte a ti es volver a confiar en el amor
Quererte a ti es renacer del silencio
Quererte a ti es sonreír como nunca antes
Quererte a ti es sentirte a mi lado
Quererte a ti es entender tu Palabra
Quererte a ti es olvidarme de mí
Quererte a ti es levantarme, tomar mi camilla y andar
Quererte a ti es orar por quienes no te conocen
Quererte a ti es sentir dolor cuando te fallo
Quererte a ti es estar de rodillas suplicando ver tu rostro
Quererte a ti es romper mi frasco de alabastro para llamar tu atención
Quererte a ti es verte llegar como mi Rey sentado en el pollino de un asno y enternecerme por tu humildad
Quererte a ti es derretirme de amor y de admiración por tu humildad
Quererte a ti es alzar mis manos aunque yo no tenga fuerzas
Quererte a ti es caminar por fe y no por vista
Quererte a ti es morir a mí
Quererte a ti es salir del cautiverio y alcanzar la libertad
Quererte a ti es sentir sano y restaurado mi corazón
Quererte a ti es darte la gloria por lo que has hecho por mi
Quererte a ti es cantarte nuevas melodías con cada latido de mi corazón
Quererte a ti es soñar con tocar tus resplandecientes ropas en el día final.

Llegué a mi destino.
Tengo que bajar.
Un dìa de trabajo empezarà, pero mi canto que provocaste en mi corazòn, se quedará contigo por el resto del día y hasta la eternidad.
“He aquí que Yo la atraeré y la llevaré al desierto, y le hablaré a su corazón”
(Óseas 2.14)


Junio del año 2006.
El invierno, en Lima, se avizoraba frío y cargado de mucha humedad.
Nubes grises, garúa intermitente y una densa neblina eran el marco perfecto para el nacimiento de una nueva historia, una historia de dolor y desesperación que determinaría el rumbo de mi vida y marcaría el inicio de un nuevo sendero.

Así se iniciaba el último invierno de mi vida,
Así se había decidido desde la eternidad y yo, hasta ese momento no me había querido dar cuenta.

Soy Comunicadora Social. Estudie en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a la cual ingresé inmediatamente después de salir del colegio y de, donde tras concluir mis estudios, obtuve la licenciatura con la máxima nota (veinte) al presentar la tesis titulada: “Diseño de una Agenda para la mejora de la coordinación periodística del programa periodístico “Buenos Días, Perú”, como producto de mi experiencia de 12 años en el cargo de productora periodística del mencionado programa. Profesional exitosa y muy reconocida. Hermana mayor de una familia de clase media baja. Buena amiga e hija. Salud impecable. Emociones inquebrantables. Estados anímicos estables. Relación sentimental, manejable. Expectativas de vida, favorables.

Antecedentes más que prometedores ante los ojos del mundo. Nada podía fallar. Nada. Hasta ese momento todo había seguido su cauce según mis propios planes.

Pero, realmente estaba todo bien?
No, no todo estaba bien.
Había un vacío. Un enorme vacío que nada ni nadie podía llenar. Un vacío que calaba hondo en mi corazón, un vacío que hacia que nada importara, ni el status, ni los reconocimientos, ni los abrazos, ni los afectos. Nada. Un vacío que nació conmigo el 22 de mayo de 1971, cuando mis ojos se abrieron al mundo.

No fue sino hasta ese momento, que tras una discusión de orden profesional con el editor general de prensa de Panamericana Televisión por motivos laborales, que empezò la rueda que derivarìa en un memorando por el cual debía ser puesta a disposición del Jefe de personal para una reubicación
Recièn allì entendí la gravedad del asunto: Había perdido mis derechos ganados, ya no era más la productora, ahora seria la practicante de un programa de espectáculos del mismo canal. Dependería de otros y no tendría el poder para decidir qué hacer o que no hacer con mi vida, con mi tiempo y con mi dinero.

Panamericana Televisión atravesaba en esos momentos por una crisis de orden legal entre sus propietarios, lo que afectaba directamente a los trabajadores (que dejaban de percibir sus sueldos mensuales y el pago de sus beneficios laborales).
Muchos ìbamos a trabajar con dinero prestado, con la esperanza de recibir nuestras remuneraciones que, en la mayoría de los casos tardaban 5 ò 6 meses en llegar y en el mejor de los casos, uno o dos meses.

En casa las cosas no irían bien.
La familia estaba desunida y las deudas económicas provocaban un silencio absoluto entre nosotros. Una nube densa se había instalado en el techo del lote 46, manzana “J” de la Calle Río Santa Fe (irónico nombre que pasaba desapercibido por quienes habitábamos esa casa alquilada) de la Urbanización Canto Rey, en San Juan de Lurigancho (el distrito con la mayor población urbana de Lima y, según información de la municipalidad del distrito, también de Latinoamérica).

En medio de esta oscuridad, sólo una luz, como la luz que proyecta un fósforo a punto de extinguirse, iluminaba mi vida en esos momentos.
Una luz a la que me aferraba con pasión, una luz que cuidaba para que no se extinguiera, una luz que era todo lo que más amaba en el mundo: la luz de mi relaciòn de 14 años con un joven con quien soñaba casarme y tener hijos.

Nada importaba, sólo él y mi relación.
Podía soportarlo todo (trabajar en un lugar que no me hacia feliz, vivir dentro de una familia desunida, que no me pagaran mis honorarios y trabajar sin cobrar). Todo era soportable, excepto que èl se fuera de mi lado.
Pero ese junio del 2006, una semana después de haberme graduado con la nota de excelencia como Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Decana de América, sucedió lo que más temía: se acabó.
Así como llegó, así se fue.

La noche vino sobre mi vida.
Lo que más temía, llegó.
La última esperanza para seguir luchando se había esfumado si ninguna explicación valedera.
No había más razones para vivir, nada por qué luchar.
Nada de nada.

De qué valían los títulos, los cargos, los nombres, los éxitos, los planes? Si lo había perdido todo. Todo mi mundo, el mundo que yo cree, el mundo que yo construí, se esfumó como la espuma.

Fue allí, que en medio de la oscuridad más densa de mi vida escuché una voz, la voz de mi madre (la mujer que había orado por mi muchos años, la mujer que me veía llorar con cada pelea, la mujer que anhelaba lo mejor para su primogénita, la mujer que veía en mi lo que no yo veía), que me llamaba a intentarlo una vez más.
En medio del dolor, del querer morir, del querer no despertar, del querer dormir para olvidar, llegó una invitación.

Necesitaba olvidar. Olvidar mis errores, olvidar las palabras de desprecio, olvidar quièn era y olvidar quièn fui.
Nada de lo que había hecho había funcionado. Absolutamente nada.

Y ahora ella me lo presentaba como una alternativa más, como una propuesta más, como un camino más. En medio de mi dolor, de mi desazón y de mi agonía decidí darle una oportunidad, decidí darme una oportunidad y es allí donde tomé le decisión más importante de mi vida. Decidí dejar que me demostrara que él, sì podía hacer nuevas todas las cosas.

Han pasado tres años desde aquel junio del 2006. Junto a él recorrí caminos que nunca imaginé, fui llevada al desierto de mi vida y fue allí donde él le habló a mi corazón. Nunca desmayó, nunca se desanimó, nunca se cansó. Fue firme, fue constante y perseveró por amor.

Aquí estoy gracias a él. Aquí me tienen, soy una nueva mujer, tengo sueños, tengo promesas, tengo esperanza, tengo la confianza que él nunca me va a abandonar y le he prometido que estaré con él hasta el último día de mi vida.
Mi último suspiro será para ti, amado Jesús.


Callao, jueves 27 de mayo del 2009

jueves, 21 de mayo de 2009

Me cautivaste

¡ Què hermosa eres, amada mìa!
No hay defecto en ti
(Cantares 3:7)

Me lo dices a mi?
Què ves en mi que piensas de esa manera?
Còmo tù puedes ver lo que yo no veo?

Muchas veces estas preguntas calaron muy hondo en el fondo de mi corazòn. Ese lugar tan oscuro, tan agreste, tan insipido y tan negro donde pensar en la luz, era sòlo una utopia.

Precisamente, hasta ese lugar llegò Èl, con sus manos llenas de ternura, con su corazòn expectante, con su mirada llena de dulzura y con cuerdas de amor me atrajo hacia èl para abrazarme y elevarme por encima de las nubes.